El baño de Diosdado

Bien es sabido que los antiguos romanos disponían de salones públicos con un gran banco de orificios especialmente dispuestos para que la gente, que era la mayoría, ya que pocas casas disfrutaban de excusados privados, se sentara e hiciera sus necesidades. Por debajo de ese gran banco adosado a la pared corría un canal ligeramente inclinado para que circulara el agua y se llevara los detritos y demás desperdicios corporales a una cloaca (estos orificios, llamémosles letrinas, se ubicaban en hilera, una tras otras, sin que mediara entre ellas ninguna división, por lo que los usuarios no disponían de privacidad y podían programar encuentros y citas en tales lugares para conversar mientras desahogaban sus vientres). Este cuidado que tuvieron los romanos para mantener con salubridad muchas de sus ciudades, construyendo sistemas de alcantarillado que permitiesen deshacernos de nuestros propios desechos, se perdió al colapsar el imperio, puesto que las ciudades que luego en Europa surgieron vivían entre la mugre, no disponían de sistema de alcantarillado ni de cloacas, y las necesidades se hacían al aire público, donde apurara el cuerpo (Erasmo de Rotterdam aconsejaba como buena educación no saludar a nadie mientras se defecaba u orinaba); y en caso de hacerse en casa, en vasijas, los desperdicios se tiraban sin pudor alguno por la ventana.

Las ciudades europeas se ahogaban, pues, en su propio sucio e inmundicia, lo que favoreció el advenimiento de epidemias con su corolario trágico de muerte y orfandad. A esto debemos agregar que el europeo no mantuvo tampoco los hábitos de higiene y limpieza de los romanos, que acostumbraban a bañarse con asiduidad, haciendo del baño todo un placer corporal, y hasta espiritual, en las termas o baños públicos, que ofrecían salas de agua caliente, tibia y fría; baños de vapor; y espacios para el juego, el ejercicio y la lectura. El europeo a lo sumo se bañaba dos veces al año, y esto fue costumbre hasta buena parte del siglo XIX; y lo hacía con recelo puesto que desde la misma medicina se decía que el agua reblandecía el cuerpo y una ligera capa de sucio en la piel protegía contra las enfermedades.

Los trabajos de Pasteur, el desarrollo de la microbiología y, en general, la difusión de las bondades de la higiene y la limpieza para combatir las enfermedades infecto contagiosas determinaron que a finales del siglo XIX los hábitos de los europeos se modificaran y el aseo irrumpiera en sus vidas, ganando el baño y el agua, creándose también sistemas de alcantarillado que, junto al moderno inodoro (poceta entre nosotros), llevaron más salubridad y bienestar a la población.

Y es de salud y bienestar que hablamos cuando mencionamos al baño. Por eso no entendemos que entre las acusaciones de corrupción que a Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional, se le hacen, desde la malintencionada oposición, figure la remodelación de unos baños en el Instituto de Vivienda de Miranda por la irrisoria cantidad de 421 mil bolívares.

Esa cantidad de dinero, 421 mil bolívares, es irrisoria para un hombre de la riqueza de Diosdado; él es de la misma estirpe y pasta que el diputado Pedro Carreño. A ambos los seduce el dinero, el buen vivir, aunque Pedro Carreño, con menos recursos, sea mucho más ostentoso (a Diosdado se le podrá ver dentro de una camioneta último modelo, de ésas que cuestan más que un apartamento, entre la comparsa de carros de seguridad y guardaespaldas que lo protegen, pero nunca con una corbata Louis Vuitton). Diosdado gusta más de la discreción, no obstante tenga fama de hombre de gran fortuna, amasada toda en vida del presidente Chávez, que lo dejaba hacer a sus anchas desde las parcelas de poder que le adjudicaba.

Por eso la cantidad de 421 mil bolívares gastados en las remodelaciones de los baños de marras es irrisoria para este hombre de tanta fortuna y riqueza, y mucho más si tales recursos no son para su propia casa sino para una dependencia del Estado, para el funcionariado que hace vida en sus instalaciones. De seguro a Diosdado se le ocurriría, porque es un hombre “leal al pueblo”, como recientemente dijera el presidente Nicolás Maduro de él, que estos baños debían remodelarse según las letrinas públicas romanas, que eran espacios colectivos de encuentro social, así los trabajadores podrían hablar a gusto de los verdaderos avances y logros de la revolución, en un espacio inmejorable para conversar sobre este tema. Acaso pensaría también Diosdado, recordando las termas y baños públicos romanos, incorporar duchas o algún sauna o baño de vapor, pero esto sería aún más escandaloso para una oposición apátrida que no comprende cómo se pueda gastar tanto dinero en estas cosas, en unos simples baños, sin duchas, sauna o vapor.

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