La presentadora de televisión Cristina Saralegui.

Cristina Saralegui la reina de los talk shows

Todas las tardes Cristina Saralegui se paraba frente a 100 millones de televidentes en 40 países a tratar de solucionar problemas de miles de familias en su programa, El Show de Cristina. Habló durante años de matrimonios homosexuales, abortos, suicidios, enfermedades mentales y adicciones, temas que a finales de los 90 eran intocables.

Siempre tuvo una imagen de mujer perfecta: fuerte, exitosa, controladora, poderosa. Detrás de los escenarios, sin embargo, la vida era otra. Peleó durante diez años contra la enfermedad de su hijo y cuando la despidieron del show se sumió en una crisis tan grande que sólo encontró salida en el alcohol.
Hoy tiene 67 años y no le teme a la vejez. Sigue siendo vanidosa, aunque la artritis la obliga a caminar despacio. Los Informantes conocieron la vida de Cristina lejos de las cámaras.

¿Cómo llegó Cristina a Estados Unidos?

Un día en La Habana, mi papá nos dijo: “Nos vamos de vacaciones a Miami”. No nos dejó despedirnos de nadie. Mi familia era dueña de las revistas Vanidades y Bohemia, y lo primero que hizo Fidel Castro fue quitarnos la publicación. Tuvimos que salir corriendo para que no nos mataran y llegamos aquí, a Miami. Yo era una niña millonaria. Nunca en mi vida he pasado trabajo, pero eso también me causó problemas. La gente me decía: “Tú saliste de arriba pa arriba”.

¿Y en qué momento pasó de las revistas a la TV?

Empecé en televisión a los 41 años. Por eso me da tanta risa la gente que dice que ese es un medio de jóvenes. Salté a la pantalla en 1989. Mi amigo Joaquín Blaya, presidente entonces de la cadena Chileno, siempre me decía: “Mati, tú tienes que venirte conmigo. Yo te puedo pagar más por un solo trabajo que todos los freelances que haces”. Hasta que un día acepté y me fui para Univisión cuando eso se llamaba SIN: Spanish International Network.

¿Cómo hace uno para mantener un show 22 años?

El secreto es reinventarte y darle a la gente lo que tú consideras que ellos necesitan, porque la TV no es un púlpito.

¿Por qué se acabó su programa?

Querían modernizar la cadena y consideraban que yo estaba muy mayor. No sólo yo, también decían que el show era muy viejo. Querían cosas nuevas.

¿Cómo se sintió?

Muy vieja, pero yo soy muy guerrera. Al mes estaba trabajando en la cadena de al frente ganado el doble.

¿Qué les dijo a los de Univisión?

Lo primero que me dijeron era que yo no podía dar entrevistas ni hablar con nadie de mi equipo. Imagínate, yo era la jefa de todos y fui directo a hablarles y les dije: “Nos botaron”. Yo le debo mi nombre a Univisión. Llegaron tres personas nuevas que ya no están ahí, no duraron ni dos años, se equivocaron y botaron a la mitad de la cadena, y ahí caí yo. Ahora estoy trabajando con Univisión otra vez.

¿Se sintió frustrada?

Tomé whisky hasta que acabé con el whisky del mundo. Me deprimí y me engordé casi 40 libras. Me sentaba en la cocina a pensar, escribir y tomar whisky. Nosotros los vascos arreglábamos nuestras heridas del alma tomando, hasta que un día mi esposo me dijo: “¿Tú quieres que la gente se acuerde de ti como una vieja borracha o como una periodista berrinchuda?”. Me pasé un año y medio sin tomar nada. Mis colegas envidiosos me llamaban “Cristina alcohólica”. Al mismo tiempo descubrieron que mi hijo, el bebé de la casa, era bipolar.

¿En qué momento exacto le dieron el diagnóstico?

Cinco años después de que se acabara el show. Mi hijo tenía 16 años e intentó matarse a los 19. Su novia, con la que duró cinco años, lo dejó. Ella vivía en Texas y se aburrió de estar sola, pelearon y le terminó. Cuando eso sucedió yo estaba en el momento más importante de mi carrera porque estaba empezando mi negocio, la Casa Cristina.

Pero ¿usted no se daba cuenta?

Claro. Mi hijo a los 16 años empezó a cortarse. La primera vez le pregunté: “¿Eso qué es, John Marcos?”. Me respondió: “Me corté, mami”. En la escuela lo empezaron a mandar al psicólogo, del que yo me hice muy amiga y quien me explicaba qué hacer. Lo más difícil fue conseguirle un diagnóstico porque las enfermedades mentales en Estados Unidos son muy difíciles. No sabes a cuántos niños les dicen que tienen desorden de aprendizaje, les dan Ritalin y no tienen nada. Para dar con el diagnóstico esperamos diez años.

¿Qué pasó en esa década?

Yo llegaba a mi casa de grabar como a las 3 de la mañana. A esa hora no podía dormir y me metía en la habitación de mi hijo, quien estuvo muchos años fuera en tratamientos. Me acostaba en su cama vacía, agarraba su pulovito y lo olía. Lo extrañaba y lloraba. Me alegro mucho de haber trabajado ese tiempo porque me hacía falta la plata que gané en las vacas gordas, porque, por ejemplo, el primer examen que le hicieron a John Marcos en Harver me costó US$50.000.

¿Y cómo está John Marcos hoy?

Mucho mejor, pero, por ejemplo, él no puede ir a la universidad porque no puede conducir, toma muchos medicamentos. John Marcos era matemático y físico, se leía libros que no tenían palabras, nada más que ecuaciones. No sabe el día en que se va a despertar mal porque es maníaco depresivo. Está en Miami y es atendido por dos psiquiatras, uno para los medicamentos y un coach de vida que conversa con él.

¿En qué cambió la Cristina que se comía el mundo?

Me lo comí y engordé. Ahora aprendí que hay que estar a dieta, comérselo poquito a poco.

Si llegara a darse el desembargo, ¿volvería a Cuba?

No he vuelto y no sé si volvería, porque a mí no se me ha perdido nada en Cuba. No tengo familia allí.

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