Detrás del compás de un maestro

Aníbal Dos Santos, un violista caraqueño enamorado de las tierras colombianas.


Un violista caraqueño habita en un apartamento de un viejo edifico del Centro de la capital, donde la contaminación auditiva de una ciudad vertiginosa e insensible no se atreve a ingresar. En los rincones de este hogar resuena sin descanso un viejo reloj, que con su interminable ‘tic tac’ le otorga una atmosfera de paz y tranquilidad a este recinto del orden musical.



En cada rincón resaltan múltiples instrumentos y reproductores musicales, donde el mundo de las blancas, negras, corcheas y semicorcheas no abandona ninguna de las esquinas del lugar.
Frente a la rocola hay un sofá negro donde descansa resguardada en su forro una vieja viola que parece dormitar en esta burbuja de tranquilidad establecida en el centro de una ruidosa sociedad.
Entre este ir y venir de notas musicales se desenvuelve Aníbal Dos Santos. Un personaje que vive en tierras colombianas desde hace más de 23 años y se ha entregado a la música y a cientos de estudiantes soñadores que apenas empiezan a recorrer un camino cargado de amor por la melodía, el ritmo y la armonía.
Esta historia musical comienza cuando Aníbal tenía 12 años. En esa edad en que otros niños jugaban al fútbol, al beisbol y comían dulces, El se dedicaba al sonido melancólico de ese instrumento compuesto por la madera del ébano y el acre.
Afirma que su carrera inicia por casualidad y por “estudiar algo, decidí estudiar viola (…) después se me fueron dando las cosas y terminé dedicándome a esto”. Desde el inicio de una aventura musical sintió la pasión y la eterna belleza de interpretar un instrumento y entender el mundo a través de los sonidos.
Cuando cumplió la mayoría de edad partió hacia tierras estadounidenses a pulir su arte en una de las más famosas escuelas de música en este país, el Curtis Institute of Music. En este antiguo instituto de la ciudad de Filadelfia, el maestro Aníbal pudo comprender y abrirse ante un nuevo mundo musical, aprendiendo de las miradas que existen en torno a este arte desde todas las partes del mundo.
“Recuerdo cuando me estaban coqueteando para venir a tocar a Colombia”, menciona Aníbal con una pequeña sonrisa en su rostro adornado por una diminuta barba que recorre su barbilla y el contorno de sus labios. “Cuando me baje del taxi que me traía de la terminal hacia el lugar al que iba, el taxista no me cobró y me dijo ‘Esta es Colombia para usted maestro’. La verdad este fue un aspecto que me hizo considerar quedarme por aquí un rato, aunque es un rato que ha durado 22 años” y termina de contar su anécdota soltando una pequeña y afinada risa.
Aunque al principio este lecho de rosas musicales empezó “con ciertas dudas por parte de mis padres. Siempre existe un miedo, pero cuando me decidí recibí su apoyo incondicional”, cuenta Dos Santos.
Su gusto musical cambió drásticamente cuando se dedicó a esta profesión. De la música popular venezolana pasó a escuchar las sinfonías de Mozart, los ballets de Chaikovski, las estaciones de Vivaldi, entre otras múltiples composiciones de los grandes maestros de la mal llamada música clásica. “Cuando empecé a amar la música clásica la escuchaba en todo lado. En el carro, la casa, el colegio, no había lugar en el que no la escuchara”.
Este violista cuenta que en los años de la juventud “era bueno escuchar de la música popular de Venezuela, aunque me gustaba mucho el rock de Billy Joel. La música es buena, no importa el género en el que esté”.
Mientras se sienta en su sillón, dejando descansar su desnuda cabeza, piensa y recuerda a los cientos de estudiantes que han pasado por sus cátedras. Con 22 años enseñando en la Universidad Nacional de Colombia y diez años en la Universidad Juan N. Corpas, la cantidad de jóvenes que han recibido sus conocimientos y han aprendido al ritmo de sus compases es impresionante. “Es posible que el buen alumno supere al maestro, si hay trabajo, todo se logra”.
En cuanto al camino de los jóvenes músicos, el maestro Aníbal piensa que el obstáculo más complicado en la carrera inicial es: “que entiendan lo complicado que es el camino para ser un buen músico. Mientras más temprano se den cuenta, más lejos pueden llegar”.
Mientras se deja llevar por sus recuerdos en ese sillón negro de la sala de estar de su casa, sus ojos se ponen húmedos, libera un suspiro mientras dice: “no hay nada más satisfactorio que ver que tus alumnos están por ahí tocando, desarrollarse como músicos. Realmente eso es muy bello”.
Más de cuatro décadas dedicadas a la viola, todo para formar y organizar sonidos cargados de sentimientos, dejando huella en todos los países en los que ha tocado y lleno de sentimentalismos de todos esos gratos recuerdos que le ha
dejado la docencia.
Su mayor regocijo es trabajar y esforzarse por conseguir el clamor del público creando e interpretando música netamente instrumental. Mientras enfila su mirada hacia el infinito y se golpea suavemente en el pecho con la mano cerrada dice: “esa es música que no llega al oído, te entra directamente al espíritu, te suena en el alma”.

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