El doctor Gustavo Quintana ha ayudado a morir a 102 personas


Hace un mes y medio, el doctor Gustavo Quintana no hace una eutanasia. Pasa los días dedicado a tareas hogareñas como arreglar el lavadero y cocinar, en especial pescado, su comida favorita. También planea su mudanza a un pequeño pueblo de tierra caliente y escribir un libro sobre su experiencia médica. A sus 64 años, Quintana es el médico colombiano que más ha practicado eutanasias en el país: 102 en total. Sus pacientes han sido enfermos terminales, víctimas de la depresión y hasta un pequeño bebé de once meses que nació con un defecto congénito que genera un daño cerebral degenerativo. La eutanasia ha sido parte de su trabajo durante los últimos 30 años. Sin embargo, llora cada vez que hace una, detesta la muerte y le tiene miedo a la sangre.
Gustavo Quintana abre la puerta de su casa en el barrio La Esmeralda de Bogotá. En su jardín hay cuatro carros parqueados, tres de ellos empolvados. Confiesa que solo usa uno, pero conserva los otros porque ese es su fetiche. Sentado en un mueble verde biche de flores estampadas, Quintana habla de las ocasiones en que ha tenido cerca a la muerte: un accidente automovilístico, dos ataques cardiacos y un secuestro a manos de la guerrilla de las Farc. Pero fue hace 30 años, gracias a un aparatoso accidente, cuando Quintana pensó por primera vez en la eutanasia. Tenía el cráneo al aire.

–Por favor, espere un segundito voy a buscar el cuero cabelludo en el carro porque no me puedo ir así. Tienen que ponérmelo otra vez –dijo Quintana a dos mujeres, quienes se habían bajado de un Jeep para auxiliarlo y lo miraban con pánico. Se había accidentado a la salida de un congreso médico en el Club Militar de Girardot (Cundinamarca).

El doctor Gustavo Quintana perdió el control de su carro, un Mazda RX 7 color azul, mientras buscaba un hotel para hospedarse un par de días. De repente, un carro que iba en sentido contrario lo encandiló con las luces y Quintana perdió por completo la visión de la carretera. Lo último que sintió fue un estruendo.

Segundos después despertó y notó que el techo de su carro estaba por debajo de la palanca de cambios. Sin ninguna dificultad, e ignorando que su cráneo estaba descubierto, se bajó del carro. Las mujeres que pasaban por el lugar lo llevaron al Club Militar para que le prestaran atención médica. Allí fue recogido por una ambulancia y durante el recorrido hasta un hospital, Quintana comenzó a sentir que sus manos y pies estaban adormecidos. Pensó que tenía una lesión en la columna que le impediría moverse en el futuro. Ante aquel diagnóstico que se había dado a sí mismo, le dijo al médico que lo acompañaba: “Si tengo una lesión en la médula cervical, por favor no me haga nada. Déjeme morir”.

Pocos meses después de aquel accidente, el doctor Quintana practicó la primera eutanasia. Su motivación fue una paciente de 92 años, a quien tuvo que revivir e inyectar adrenalina en el corazón. Sin embargo, su esfuerzo no sirvió porque la mujer murió cinco días después. Su primera paciente padecía de cáncer cerebral y, luego de un año de haber sido operada, no pudo volver a caminar y quedó en una especie de coma. Por esta razón, ella no pudo decidirse por la eutanasia. Pero sus familiares escogieron esta opción, cansados de ver a los visitantes morbosos que gozaban con el deterioro de la mujer, que al final de sus días se encogió como un feto.

Antes de practicar una eutanasia, el doctor Quintana cumple con un protocolo simple. El primer paso es conocer al paciente. Dice que siempre lo busca un familiar o amigo que conoce el deseo morir del enfermo. En otros casos, lo contactan por medio de su página en Internet o por la Asociación Derecho a Morir Dignamente. “Me trato de meter en los zapatos del paciente para entender que si yo fuera él también pediría lo mismo”, dice Quintana. Visita al paciente en dos ocasiones para hablar con su familiar y evaluar el estado de salud. También lo hace para preguntarle qué día quiere hacerse el procedimiento. Tiene que ser algo más de 24 horas antes para poder conseguir los medicamentos. Para Gustavo Quintana lo más importante es la voluntad de su paciente.

Con la decisión tomada, se debe canalizar una vena para poner un suero a la que se inyecta un anestésico y un despolarizante cardiaco. El doctor Quintana aprendió el método de la eutanasia mientras estudiaba medicina en la Universidad Nacional. Se usa la misma fórmula que se usaba con los perros que servían para los experimentos. Estos medicamentos, de color blancuzco y que se ponen en cuatro jeringas gigantes, provocarán un sueño profundo en el paciente, que su corazón se relaje y los pulmones agoten poco a poco el oxígeno que les queda. Muchos pacientes mueren en cuestión de cuatro minutos, otros tardan hasta diez.

La segunda vez que el doctor Gustavo Quintana estuvo cerca de la muerte fue durante su secuestro por las Farc, en octubre de 2007. Mientras se come un pequeño dulce de caramelo, Quintana recuerda que recibió una llamada solicitando ayuda para una paciente en el departamento del Meta. Esperó un fin de semana festivo y viajó sin dudarlo en carro que también guarda en su jardín.

Fue recibido por un campesino en Villavicencio que lo adentró en el llano para ver el paciente. A su llegada a un pequeño caserío, cuatro hombres vestidos de negro y con ametralladoras debajo de ponchos lo tiraron al suelo. Quintana dice que repitió de manera insistente que era un médico, había estudiado en la Universidad Nacional y era de izquierda. Luego del ataque fue montado con su maletín médico a un caballo en el que recorrió la Serranía de la Macarena durante cuatro horas.

Recuerda que se detuvieron en una pequeña casa en medio de la selva. Allí, el doctor Quintana estuvo secuestrado durante 10 días. Tiempo en el que se bañó con agua lluvia, imaginó que pasaría varios años junto a Ingrid Betancourt y enseñó geografía a sus captores. Días después de su liberación entendió que fue llevado allí para practicar la eutanasia a un hombre que estaba herido, pero murió en el camino.

“Siempre he creído que acompañar a morir un paciente es un deber ético de un médico, a pesar de que los médicos cristianos creen que soy un asesino o un criminal. ¿Cómo no entender el dolor de una persona a la cual ni la morfina ni los analgésicos le funcionan?”, dice Quintana al recordar varios casos que se han quedado en su memoria.

Uno de estos es el de una mujer diabética de 49 años, paciente que perdió sus riñones y debía someterse cada tercer día a diálisis. El acelerado desarrollo de la enfermedad hizo que perdiera la vista en 15 días y a causa de un problema de circulación tenía programada una cirugía para amputarle sus piernas. Cansada de sus males acudió a Quintana, quien recuerda cada detalle de aquel día. Llegó sobre las 9 de la noche a una pequeña casa en el sur de Bogotá. Como si se tratara de una fiesta, la mujer invitó a sus amigas, vistió su mejor sastre y se maquilló como pudo. El doctor Quintana la tomó de la mano, conversó un poco con ella y le realizó la eutanasia.

El doctor Gustavo Quintana sube al segundo piso de la casa para bajar su computador portátil. Luego de hacer una búsqueda en sus archivos, pone a reproducir un video. Allí aparece una mujer estadounidense quien aparenta estar bien. Sin embargo, a medida que responde a las preguntas de Quintana se descubre su tristeza. La mujer, quien se había dedicado toda su vida hacer obras de arte, viajó a Colombia sin avisarles a sus hijos. Les anunció a través de una carta que se haría la eutanasia porque no quería vivir más. Una artritis la llevó a perder su habilidad para pintar.

Sobre la eutanasia, la Corte Constitucional dice que es permitida en un paciente enfermo terminal con dolores insoportables. Deber ser consciente para solicitarlo y quien haga el procedimiento deber ser un médico.

“La muerte no es lo contrario de la vida, solo es la parte final de la vida y la vida es mi opción, no es de Dios, no es mi familia, es de cada quién. De ahí nace el derecho de que cada quien disponga el momento final de su vida”, dice Quintana, quien no ha desaprovechado ningún instante de su existencia. Fue competidor automovilístico, incluso, estuvo en algunas competencias con Pablo Escobar. Es buzo, nadador y amante de la música clásica y salsa. Otra debilidad son las mujeres. Quintana se casó cuatro veces y de cada matrimonio tienen un hijo. El doctor Gustavo Quintana siempre duerme con las ventanas abiertas para ver el amanecer. Es la manera de entender que debe enfrentarse un día más a vida y huirle a la muerte.



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