Supere el miedo al ridículo, un temor que puede limitarlo y hasta anularlo
El temor a que nos juzguen mal o a que nos tomen por tontos muchas veces es infundado
¿Qué van a pensar de mí? ¿Y si lo que voy a sugerir no tiene sentido? ¿Qué haré, dónde me esconderé, si mis ideas sólo generan carcajadas? ¿Realmente, vale la pena arriesgarme a quedar en una posición deslucida delante de los demás? Mejor me quedo quieto y no hago ni digo nada raro...
Estas preguntas y este diálogo interior son habituales en quienes viven atenazados por el miedo al ridículo: un temor a que se rían de nosotros o a hacer algo inconveniente delante de los demás, lo cual genera ansiedad y dificulta las relaciones sociales.
Además de un creciente malestar, la limitación o prohibición auto-impuesta de hacer, decir o proponer cosas que puedan resultar risibles o inadecuadas para la mentalidad de los demás, termina por cortar la alas a nuestra creatividad y espontaneidad, y en muchos casos nos obliga a renunciar a ser auténticos, a ser nosotros mismos, con nuestros defectos y virtudes.
Quien teme al ridículo o a quedar mal ante los ojos ajenos y por ello renuncia a menudo a ser fiel a sí mismo y a las iniciativas que le vienen a la mente o surgen del corazón, suele observar con amargura cómo muchas de las ideas, palabras o acciones que se abstiene de exponer a los demás, son manifestadas por otras personas generando el beneplácito de quienes los escuchan.
Para el psicólogo clínico y experto en risoterapia José Elías, "es bueno recordar el comentario del escritor y ex presidente de la República Checa, Václav Havel, quien afirmó que el que corre más riesgo de parecer ridículo es aquel que se toma demasiado en serio, lo cual no ocurre con quien es capaz de reírse de sí mismo".
Este psicólogo también propone caricaturizar nuestros demonios interiores y exteriores.
"Las situaciones difíciles hay que dibujarlas tal y como se ven, y entregarles el dibujo a los amigos para que agreguen elementos graciosos, o hacerlo uno mismo", sugiere y continúa: "la imaginación funciona con figuras, si se reemplaza una imagen por otra en el cerebro, se obtendrá otra perspectiva de la situación", asegura el experto, que también recomienda que luego de una escena absurda o cómica, sea el mismo protagonista el que la cuente, con eso "se adelanta al chismorreo, se reirán con usted y no de usted".
"Si se siente ridículo por alguna situación, plantéese esto: ¿tendrá alguna importancia esta situación dentro de cinco años?, ¿alguien la recordará? Cuanta más importancia le da uno a un hecho, más beneplácito le concederán los demás", señala el psicólogo.
Ideas para controlarlo
El temor al ridículo es algo que todos hemos sentido en algún momento, pero siempre es saludable entenderlo y dominarlo. Por eso, la psicóloga colombiana Rocío Hernández, especialista en el manejo de la crisis y presidenta de la fundación As Buena vida, muestra herramientas útiles para perderle el miedo a la burla ajena.
Lo primero es definir qué es lo que cada uno cree que otras personas ven como ridículo. Luego hay que aceptarse, reconocer que a veces los gustos, valores, tradiciones o formas de pensar, puede que no sean homogéneas con los del grupo. En ocasiones la autenticidad puede exponer a la risa de otros, pero que eso no quiere decir que la persona tenga que dejar de ser como es, opacarlo u ocultarlo. Es muy importante entender que a veces la burla es un problema de otros, no suyo.
Si se ve expuesto a la risa ajena, una estrategia puede ser simplemente relajarse. Si ve que hizo algo que realmente da risa, lo mejor es aceptarlo, porque ser auténtico no quiere decir que se es perfecto y a veces se pueden hacer cosas que causan mucha gracia. Por eso maneje las cosas con humor y aprenda a reírse de usted mismo, pues si la situación no acaba con su integridad como persona ni atenta contra sus ideales, no hay por qué sobredimensionarla.
Pero si la burla no es esporádica y, por el contrario, es cotidiana y la persona se convierte en un blanco constante, hay que poner límites. Se debe manifestar la incomodidad y el desacuerdo. Para ello hay que ser enérgico, pero sin agredir y, si es necesario, es aconsejable que se retire físicamente de la situación. Las personas no suelen darse cuenta del daño que causa una burla constante, por eso es importante expresarlo.
Cuando el miedo al ridículo es constante y si está tan temeroso de opinar, es probable que el problema tenga raíces en su infancia y familia y que desde muy temprano haya aprendido (por burlas constantes) a tener una visión negativa de sí mismo. En este caso, es muy importante que busque la orientación por parte de un profesional en psicología, que le ayudará a revertir estos temores.
¿Qué van a pensar de mí? ¿Y si lo que voy a sugerir no tiene sentido? ¿Qué haré, dónde me esconderé, si mis ideas sólo generan carcajadas? ¿Realmente, vale la pena arriesgarme a quedar en una posición deslucida delante de los demás? Mejor me quedo quieto y no hago ni digo nada raro...
Estas preguntas y este diálogo interior son habituales en quienes viven atenazados por el miedo al ridículo: un temor a que se rían de nosotros o a hacer algo inconveniente delante de los demás, lo cual genera ansiedad y dificulta las relaciones sociales.
Además de un creciente malestar, la limitación o prohibición auto-impuesta de hacer, decir o proponer cosas que puedan resultar risibles o inadecuadas para la mentalidad de los demás, termina por cortar la alas a nuestra creatividad y espontaneidad, y en muchos casos nos obliga a renunciar a ser auténticos, a ser nosotros mismos, con nuestros defectos y virtudes.
Quien teme al ridículo o a quedar mal ante los ojos ajenos y por ello renuncia a menudo a ser fiel a sí mismo y a las iniciativas que le vienen a la mente o surgen del corazón, suele observar con amargura cómo muchas de las ideas, palabras o acciones que se abstiene de exponer a los demás, son manifestadas por otras personas generando el beneplácito de quienes los escuchan.
Para el psicólogo clínico y experto en risoterapia José Elías, "es bueno recordar el comentario del escritor y ex presidente de la República Checa, Václav Havel, quien afirmó que el que corre más riesgo de parecer ridículo es aquel que se toma demasiado en serio, lo cual no ocurre con quien es capaz de reírse de sí mismo".
Este psicólogo también propone caricaturizar nuestros demonios interiores y exteriores.
"Las situaciones difíciles hay que dibujarlas tal y como se ven, y entregarles el dibujo a los amigos para que agreguen elementos graciosos, o hacerlo uno mismo", sugiere y continúa: "la imaginación funciona con figuras, si se reemplaza una imagen por otra en el cerebro, se obtendrá otra perspectiva de la situación", asegura el experto, que también recomienda que luego de una escena absurda o cómica, sea el mismo protagonista el que la cuente, con eso "se adelanta al chismorreo, se reirán con usted y no de usted".
"Si se siente ridículo por alguna situación, plantéese esto: ¿tendrá alguna importancia esta situación dentro de cinco años?, ¿alguien la recordará? Cuanta más importancia le da uno a un hecho, más beneplácito le concederán los demás", señala el psicólogo.
Ideas para controlarlo
El temor al ridículo es algo que todos hemos sentido en algún momento, pero siempre es saludable entenderlo y dominarlo. Por eso, la psicóloga colombiana Rocío Hernández, especialista en el manejo de la crisis y presidenta de la fundación As Buena vida, muestra herramientas útiles para perderle el miedo a la burla ajena.
Lo primero es definir qué es lo que cada uno cree que otras personas ven como ridículo. Luego hay que aceptarse, reconocer que a veces los gustos, valores, tradiciones o formas de pensar, puede que no sean homogéneas con los del grupo. En ocasiones la autenticidad puede exponer a la risa de otros, pero que eso no quiere decir que la persona tenga que dejar de ser como es, opacarlo u ocultarlo. Es muy importante entender que a veces la burla es un problema de otros, no suyo.
Si se ve expuesto a la risa ajena, una estrategia puede ser simplemente relajarse. Si ve que hizo algo que realmente da risa, lo mejor es aceptarlo, porque ser auténtico no quiere decir que se es perfecto y a veces se pueden hacer cosas que causan mucha gracia. Por eso maneje las cosas con humor y aprenda a reírse de usted mismo, pues si la situación no acaba con su integridad como persona ni atenta contra sus ideales, no hay por qué sobredimensionarla.
Pero si la burla no es esporádica y, por el contrario, es cotidiana y la persona se convierte en un blanco constante, hay que poner límites. Se debe manifestar la incomodidad y el desacuerdo. Para ello hay que ser enérgico, pero sin agredir y, si es necesario, es aconsejable que se retire físicamente de la situación. Las personas no suelen darse cuenta del daño que causa una burla constante, por eso es importante expresarlo.
Cuando el miedo al ridículo es constante y si está tan temeroso de opinar, es probable que el problema tenga raíces en su infancia y familia y que desde muy temprano haya aprendido (por burlas constantes) a tener una visión negativa de sí mismo. En este caso, es muy importante que busque la orientación por parte de un profesional en psicología, que le ayudará a revertir estos temores.
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