Buscando a Sugar Man
‘Buscando a Sugar Man’ sigue los pasos de la accidentada carrera musical de Sixto Rodríguez.
Este documental ganador del premio Oscar investiga la curiosa figura de un cantautor estadounidense ignorado en su país pero muy exitoso en Sudáfrica.
En el corazón de este documental hay una duda imposible de resolver: ¿por qué a algunos les va muy bien y a otros no? Es una pregunta que se aplica a todas las áreas de la vida, a ingenieros y negociantes, a cocineros y mecánicos, pero que es especialmente intrigante en las artes y, particularmente, en los niveles más altos del estrellato.
La enigmática figura central de Buscando a Sugar Man es un cantautor de los setenta llamado simplemente Rodríguez que sacó dos discos con la pequeña casa disquera Sussex Records antes de desaparecer. A juzgar por sus canciones en la banda sonora, Rodríguez era una especie de Bob Dylan aunque más descomplicado y menos gangoso, uno de los cientos o miles de cantautores que surgieron en Estados Unidos tras el renacimiento del folk en los sesenta.
El caso de Rodríguez podría no haber tenido nada de particular, ser uno más de los que le apuntan a vivir del arte, hacen el intento sin éxito y se rebuscan luego otra vida. Pero sí hubo una particularidad: aunque en Estados Unidos sus discos prácticamente desaparecieron sin resonancia alguna, en Sudáfrica fueron un fenómeno de ventas.
Cold Fact, en particular, podía encontrarse en cualquier casa de ‘blancos liberales de clase media’ que tuviera un tocadiscos, al lado de vendedores globales como Abbey Road de los Beatles y Bridge Over Troubled Water de Simon y Garfunkel. Debió haber vendido, según un ejecutivo de una casa disquera que hace un cálculo general, unos 500.000 ejemplares en Sudáfrica.
La primera parte del documental sigue el intento de un periodista sudafricano por saber qué pasó con el cantautor tan popular en su país y su supuesto suicidio (había varias versiones, aunque coincidían en que fue, dramáticamente, en el escenario, con una pistola o rociándose con gasolina y prendiéndose en fuego).
El primer entrevistado de la película, y uno de sus personajes principales, es el dueño de una tienda de discos de apellido Segerman a quien apodaban Sugar por una canción de Rodríguez. Segerman combina un entusiasmo contagioso con una incapacidad enervante de condensar las historias que cuenta. Cuando explica que contestó el teléfono, por ejemplo, también dice en qué cuarto estaba, que la esposa contestó primero y que ella colgó para que él pudiera oír. Todo lo cuenta.
El documental, especialmente en la primera mitad, comparte esa incapacidad de estratificar, de separar lo importante de lo superfluo, pero no tanto por el entusiasmo ingenuo del vendedor de discos sino para crear suspenso sobre esta figura opaca y difícil de localizar.
Al final, Buscando a Sugar Man deja una sensación de profunda nostalgia; nos lleva de vuelta a una época no tan lejana donde la globalización no tenía la magnitud del presente, cuando las noticias no se regaban de un continente al otro con la rapidez de un trino o un correo electrónico, cuando era posible ser famoso sin saberlo ni quererlo. Nos ofrece la reconfortante idea de que todavía existen tesoros escondidos que esperan, con algo de suerte, ser encontrados.
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