José A., las obleas de la sombrilla


Una sombrilla a la salida de una panadería en la carrera 11 con calle 73, de Bogotá, era todo lo que identificaba a Obleas Jose A. cuando inició en 1972. Hoy tiene 40 puntos de venta en el país.

No han hecho demasiada inversión en publicidad. Sus socios prefieren no dar declaraciones ni entrevistas. Entre menos anuncios tengan en los medios, mejor. Sin embargo, quien ha vivido en Bogotá en los últimos 30 años ha visto cómo un negocio de obleas ha logrado su expansión hasta convertirse en el más reconocido de la ciudad. Ahora sus puntos de venta se han ampliado a plazas como Medellín, Barranquilla, Pereira y Cali.

Tres hermanos lograron ponerse de acuerdo para crear una empresa de comestibles. Obleas Jose A. ha convertido este producto casero en la base de su éxito y como en algún momento este producto no fue suficiente para satisfacer las exigencias de sus clientes, desarrollaron otros como pandeyucas, almojábanas, buñuelos y masato, todos elaborados en su planta de producción situada en el barrio Florencia de Bogotá.

Un inicio pequeño
Jose Antonio, Parmenio y Ernesto Bastidas decidieron probar suerte en la capital luego de vivir en Samacá, un municipio de Boyacá. En 1972, José Antonio, quien hoy tiene 60 años, decidió abandonar su trabajo como cocinero de una pizzería y le propuso a un vecino que lo dejara vender obleas en un puesto pequeño, resguardado por una sombrilla.

El dueño de la panadería, situada en la carrera 11 con calle 73, accedió a la solicitud. Siempre y cuando no vendiera productos que interfirieran con su negocio. Ernesto, el menor de los hermanos, recuerda que el acierto en este punto fue la atención a los clientes directamente en su vehículo.

La zona resultó ser un punto estratégico de la ciudad pues los hijos de las familias más tradicionales de la ciudad estudiaban en los colegios cercanos. El Gimnasio Moderno y el Virrey Solís congregaban a muchos estudiantes que salían de clases y merendaban una oblea de Jose A. Él sabía el secreto de la galleta y su esposa Tránsito (hoy representante legal de la empresa) sabía cómo hacer el arequipe.

Las ventas iban bien en el punto y se presentó otra oportunidad. Parmenio asegura que gracias a él se logró entrar en la Universidad Nacional, el sitio donde todos coinciden en que se dispararon las ventas y la reputación de los productos. “Todavía recuerdo que llevaba varios días tratando de conseguir el permiso para entrar allí. Como último recurso, un día pedí una cita con el encargado, llegué con una botella de whisky y le dije que me diera una oportunidad. Según él, tenía dos opciones: una, dejarle esa botella y conseguir trabajo de vigilante o de empleado en la universidad. La otra, llevarme la botella y así él me daba el permiso. Opté por llevarme la botella”. Eso fue en 1974.

Dentro de la universidad podía vender en un carro ambulante. El primer día, cuenta Parmenio, llevó cinco tarros con 100 obleas cada uno. Llegó a las ocho de la mañana a trabajar y a las once ya se había agotado el producto. “Tuve que llamar a Jose A. para que me consiguiera más obleas. Se superaron las expectativas”. En el mejor día de ventas se alcanzó un total de $13.800; para entonces la oblea tenía un valor por unidad de $2.50.

Pero la toma de la embajada de República Dominicana en 1980 afectó directamente el negocio. La Universidad Nacional fue cerrada por un año y durante ese tiempo no pudieron ingresar. Para no perder su clientela, decidieron ubicar un puesto en la carrera 30 con calle 45, cerca a la universidad. Como el local era demasiado grande para vender sólo obleas, “uno de nosotros dijo: vendamos almojábanas” y así se inició la venta de otros productos preparados por nosotros. Después alguien dijo que como vendíamos de comer, había que vender de tomar y así se inició la venta de masato”, dice Ernesto.

Buenas ventas
Según los cálculos de Ernesto, las ventas de obleas de la empresa redondean las 24 mil unidades mensuales. Una oblea sencilla tiene un valor de $1.900, lo que representa unas ventas al mes que superan los $45'900.000 si se toma en cuenta las rentas de los demás productos. “Creo que nuestra fortaleza es tener un producto que conserva su sabor casero y su elaboración artesanal”, indica.

La acogida ha sido tanta que incluso personalidades de la vida nacional le dan crédito a sus productos. “Una vez Isabella Santodomingo dijo que estando en el exterior extrañaba, entre otras cosas, una oblea de Jose A. Julio Sánchez, el de la W, también nos ha hecho una cuñita en su programa y lo mismo Pacheco. Todo sin que nosotros lo hayamos pedido, por la calidad de nuestros productos”, indica Ernesto.

Esta acogida les ha servido para tener 40 puntos de venta en Bogotá, de los cuales 32 son propiedad directa de la empresa. Los ocho restantes son manejados por el modelo de concesión. A cambio de manejar la imagen del negocio, los locales concesionados se comprometen a manejar la exclusividad de Jose A. en sus productos, como lo hacen en el resto de sus establecimientos.

Pero en este impulso no han estado solos. Hace aproximadamente cinco años, Home Center les propuso entrar con un local en sus almacenes. Así abrieron tres puntos de venta más en Bogotá. La fórmula funcionó y entraron con Carrefour que les dejó abrir más locales en cada uno de sus puntos de venta. “De esta forma nos hemos expandido por otras ciudades, porque los almacenes de cadena nos piden que lleguemos a otros lugares”, explica Ernesto.

Es así como ahora tienen presencia en Medellín, con tres puntos de venta, Pereira, donde tienen dos establecimientos y Barranquilla y Cali, con uno en cada ciudad. En el corto plazo esperan abrir nuevas plazas en Villavicencio, Pasto y Popayán. “Creemos que todavía tenemos mucho por cubrir. Por ahora no pensamos en exportar directamente, aunque sabemos que nuestros clientes compran nuestros productos para llevarlos al extranjero. Hemos sabido que nuestras obleas han llegado a Miami, Alemania y España. A futuro podríamos exportar. De hecho, mi hija Alexandra estudió Comercio Exterior y trabaja con nosotros, con el fin de explorar esa posibilidad”, agrega Ernesto.

Un negocio de familia
No solo los hermanos trabajan directamente en la empresa. Las esposas de ellos hacen parte del negocio, como casi todos los hijos. En algún tiempo los padres de los hermanos Bastidas también participaron, cuando estaban comenzando.

“Mi papá trabajó para nosotros. A él le decían que era Jose A. Como cada uno ha atendido un punto de venta diferente la gente cree que cada uno de nosotros somos Jose A. y nos confunde. Es una situación muy curiosa”, indica Parmenio.

Con la experiencia de los fundadores y los estudios profesionales de los hijos quieren sacar adelante esta microempresa que genera 102 empleos, entre directos e indirectos. De estos empleos, 20 corresponden a miembros de la familia. “Ya la estamos soltando un poco nosotros los fundadores, pero no totalmente. Estamos en ese proceso porque queremos dejarles a los hijos una empresa fortalecida y con mucho futuro. Creo que estamos a mitad de camino del trabajo que hay que hacer”, concluye Ernesto.

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